SAN ISIDORO DE SEVILLA, DOCTOR DE LA IGLESIA

La familia de San Isidoro era originaria de Cartagena y se trasladó a Sevilla a raíz de la invasión bizantina en 552. Isidoro nació en Sevilla en torno al 560. Su padre, Severiano, era un ciudadano hispano-romano católico, tal vez con algún cargo público en Cartagena. Desconocemos el nombre y origen de su madre, algunos piensan se llamaba Túrtura, pero no es seguro. Cuatro fueron los hijos de Severiano y su mujer: Leandro, Fulgencio, Florentina e Isidoro, habiendo una diferencia de edad de veinte años entre Leandro e Isidoro.

Isidoro se quedó pronto huérfano y su hermano Leandro, obispo de Sevilla a partir del 579 se encargó de su educación. Isidoro no fue monje, aunque escribió una Regla de los monjes dedicada al monasterio Honorianense, según algunos estudiosos situado en las proximidades de Sevilla, para otros en Fregenal de la Sierra (Badajoz).

A la muerte de Leandro, Isidoro -en razón de sus méritos propios que ya habían transcendido al clero y pueblo de Sevilla- le sucedió en el episcopado de Sevilla hasta su muerte el 4 de abril del 636. Su actividad en Sevilla y su influencia en toda la vida nacional hispana fue notoria. Celebró tres concilios en Sevilla: el primero en el 619, del que se conservan las actas; el segundo sin fecha del que conocemos su existencia por una carta que escribió a Isidoro su amigo Braulio de Zaragoza y el tercero reunido hacia el 628 o 629 del que tampoco se conservan las actas, pero consta que en él fue depuesto Mariano, obispo de Astigi (Écija).

Isidoro estuvo presente y presidió el IV Concilio de Toledo, celebrado el 5 de diciembre del 633, al que asistieron 62 obispos y se promulgaron 75 cánones, el más famoso el 75 que reguló la sucesión al trono real, el fortalecimiento de la autoridad regia y la fidelidad de los súbditos. Su firma aparece entre los dignatarios del Decreto de Gundemaro (610) de autenticidad dudosa por el que se reconoce a Toledo la categoría de sede metropolitana.

El rey Sisebuto y el obispo Braulio de Zaragoza fueron las dos personas que más admiraron a Isidoro y más eficazmente contribuyeron a su prestigio. El rey Sisebuto (612-621) fue autor de una Uita Desiderii e influyó en Isidoro para que escribiera: De natura rerum, a quien se la dedicó, Chronica, Historiae Gothorum y, sobre todo las Etimologías.

Braulio de Zaragoza (590-651), obispo de Zaragoza (631-651) fue el gran amigo, apoyo, impulsor y difusor de Isidoro y sus obras. La última opinión mantiene que Braulio fue discípulo de Isidoro y se educó en la escuela episcopal de Sevilla. Conservamos de Braulio 44 cartas, de las que las ocho primeras se intercambian entre Isidoro y Braulio. Son de Isidoro: I, II, al “arcediano Braulio”, la IV, VI, VII y VIII al “obispo Braulio”. Son de Braulio la III y la V “a Isidoro, mi señor, elegido de Cristo y primero de los obispos”, ninguna tiene fecha. A través de las dos cartas de Braulio podemos saber que las Etimologías estaban escritas hacia el 620, Braulio insiste en que se las mande y más aún: “Te hago saber que los libros de las Etimologías, que te solicito, están ya, aunque mutilados e incompletos, en manos de muchos”. Braulio se ofrece a Isidoro para completar su obra y que no se fie de ciertos “ofrecimientos sospechosos, no solicitados”.

Braulio contribuyó al incremento del prestigio y la difusión de las obras de Isidoro. Con posterioridad al Concilio IV de Toledo (631) en el que estuvieron presentes Isidoro y Braulio, y muerto ya Isidoro, Braulio cita a Isidoro en otras cartas. En la carta XIV al presbítero y abad Fruminiano recuerda “a mi señor Isidoro de feliz memoria”; en la carta XXII al obispo Eutropio recuerda “en nuestro tiempo el insigne varón, Isidoro de Sevilla”. En su última carta, la XLV al presbítero Fructuoso “en nuestro tiempo el obispo de Sevilla, Isidoro, hombre de incomparable ciencia”. M. Díaz y Díaz piensa que la primera cita de las Etimologías es la que se encuentra en el anónimo De oenigmatibus Salomonis, que el P. Vega sospecha fundadamente que es una obra de Tajón, obispo de Zaragoza (651-664). El Concilio VIII de Toledo, 653, marca la cima del movimiento de enaltecimiento de Isidoro pues le califica como “nostri quoque saeculi doctor egregius” (en nuestros tiempos doctor egregio). El cenit de admiración y cita lo alcanzará a finales del siglo VII el elogio del anónimo autor de la Vita Fructuosi, según el cual Isidoro estaba ya considerado como auctoritas.

En Sevilla Isidoro mantuvo una escuela episcopal que contó con muchos alumnos quienes le ayudaron a escribir sus obras confeccionando fichas por el método de la abreviación. La escuela tenía su biblioteca, donde si no se encontraban todos los muchos autores que cita Isidoro, estarían los libros del Antiguo y Nuevo Testamento, los Padres de la Iglesia, los poetas cristianos, los historiadores, los teólogos, los juristas y los médicos, aunque, sin duda, sus autores preferidos fueron, Agustín, Jerónimo, Cipriano, Gregorio Magno. La biblioteca estuvo adornada con unos versos Versus Isidori o Versus in Bibliotheca, reconocidos como auténticos, destinados a ilustrar los quince armarios de la biblioteca, tres de la enfermería, seis de la botica y tres en el scriptorium donde trabajaban los copistas y asistentes de Isidoro.

Isidoro escribió 19 obras, de exégesis bíblica: Proemio a los libros del Antiguo y Nuevo Testamento (600), Vida y muerte de los Padres (598-615), Alegorías (612-615), Libro de los números (612-615) y Controversias en torno al Antiguo Testamento (624-625); de teología: Los tres libros de las Sentencias (623), Sobre la fe católica contra los judíos (614-615) y Sobre los herejes (612- 615); relacionados con la vida del clero y de los monjes: Del origen de los Oficios Eclesiásticos (598-615) y Regla para los monjes (615-618); de historia: Sobre los varones ilustres (615-618), Crónica (1ª ed. 615, 2ª ed. 625) e Historia de los Godos, de los Vándalos y de los Suevos (1ª ed. 619, 2ª ed. 624) con su famosa introducción Laus Spaniae (De la alabanza de España); de carácter científico: Diferencias (598-615 y Tratado sobre la naturaleza de las cosas (613); de carácter ascético y espiritual: Sinónimos (610-615); de carácter enciclopédico: Las Etimologías (612-625); de carácter poético: Versos de Isidoro o Versos en la Biblioteca.

(Breve biografía de San Isidoro de Sevilla. José Sánchez Herrero).

En la figura universal de San Isidoro concurren dos trayectorias vitales, definitorias de una dedicación vocacional muy dirigida a la labor constante educadora y pedagógica: 1) la del personaje eclesiástico creador de escuela, escritor de interpretaciones teológicas y arzobispo de Sevilla, por largos años; y 2) la del intelectual, pensador, erudito y sabio, recopilador del conjunto de conocimientos heredados del esplendor grecolatino de la Antigüedad clásica (“progresar es crecer en el conocimiento”). En realidad, dos trayectorias que se funden en una única rica personalidad, rancia en sabiduría, cuya huella persistió largamente (su obra está presente en la anchísima amplitud temporal de la Edad Media), y su pervivencia intelectual global llega hasta nuestros días.

(La obra de San Isidoro de Sevilla según los autores del siglo XX. Ponencia de J. Herrera Carranza, A. Ramos Ruiz y S. Reche Mínguez).

Un aspecto que resulta incuestionable es la influencia del obispo sevillano Isidoro en los Concilios de Toledo. Su autoridad queda patente no sólo en estos Concilios Toledanos sino también en la Administración de la disciplina eclesiástica y en las Instituciones administrativo-civiles del Estado. El enorme trabajo doctrinal llevado a cabo por Isidoro, así como el importantísimo legado de su obra escrita, pueden considerarse la causa de la relevante influencia y transcendencia de su figura, hasta el punto de que el periodo del Reinado Visigodo Católico Español sea justamente conocido como la era isidoriana.

(Concilios de Toledo III y IV. La sucesión al trono en la monarquía visigoda. Ponencia de Emilio Angulo Arranz).

Hablar de la ingente producción literaria de San Isidoro y de las numerosísimas ediciones que han tenido sus obras a lo largo de los años hasta hoy día no hace más que demostrar la importancia, en primer lugar de este autor y en segundo lugar la vigencia de su obra claramente manifiesta en la gran cantidad de estudios realizados sobre ella. El gran mérito de San Isidoro es su labor de recopilación, y la deuda y gratitud que tenemos con el sabio hispalense se debe a que gracias a él esas ideas, que no eran solamente suyas, y que recogió, llegaron hasta nosotros a través de la Edad Media. Para la historia del libro y las bibliotecas ha sido sin duda San Isidoro la figura más notable de su época. Entre él y su hermano San Leandro consiguieron reunir probablemente la más voluminosa biblioteca visigoda, la de la Catedral de Sevilla.

(Biblioteca virtual. La biblioteca de San Isidoro. Ponencia de Esperanza Bonilla Martínez y Manuel Delgado Romero).

Aunque Isidoro de Sevilla fue Arzobispo, y luego Santo, no sabemos en qué medida le vinieron del cielo tantas ideas brillantes. Puede que nunca lo sepamos. Pero lo que sí sabemos es que su obra fue ingente y el trabajo que desarrolló, inmenso. Quizás también anticipó en el tiempo aquella frase atribuida a nuestro genial Pablo Picasso: “Si la inspiración pasa por tu lado, procura que te coja trabajando”.

(Política y pedagogía en San Isidoro. Ponencia de Francisco Javier Santaló de los Ríos).

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